martes, 9 de octubre de 2012

El Mago y las Sirenas

 
Te contaré la historia de un mago. Érase un rey que adoraba a su hijo el príncipe y lo educaba con la didáctica más esmerada. El rey le enseñó que no existen las is­las, que no hay Dios, y que tampoco existen sirenas de mar.
 
El hijo aprendió eso, y todo lo demás que su padre le había enseñado. Cuando cre­ció, su padre lo envió a recorrer el mundo para que acrecentara sus conocimientos y su experiencia de la vida.

 Navegando por los mares el barco del príncipe fue a recalar en un grupo de is­las no muy lejos de su reino. Ahí se detuvie­ron y descendió el príncipe con su cortejo. Un hombre grande, con una ga­lera alta y un manto negro de mangas an­chas, blancas por dentro, salió a su en­cuentro.
 
-¿Qué es esto?-preguntó el príncipe.
 
-Una isla-respondió el hombre.
 
-¿Y tú quién eres?
 
-Yo soy Dios- dijo el hombre.
 
El príncipe miró a su alrededor. De pron­to avistó entre las vegetaciones mujeres hermosas, con la mitad del cuerpo en forma de peces.
 
-¿Y ésas quiénes son?
 
-Son sirenas-dijo el hombre.
 
-No puede ser. Mi padre me enseñó que no hay islas, ni Dios, ni sirenas.
 
-Vuelve a tu casa y dile a tu padre que te ha mentido. Dile que lo has visto con tus propios ojos y repróchale su mentira.
 
El príncipe se embarcó. Regresó a su casa y corriendo fue a ver a su padre y con furia le gritó:
 
-¿Por qué me has mentido? En mi viaje encontré islas, sirenas, y también a Dios.
 
-¿Quién era Dios?
 
-Era el hombre que estaba en la isla.
 
-¿Y cómo estaba vestido?
 
-Con una galera alta, un abrigo negro, grande, de anchas mangas, negras por fuera y blancas por dentro.
 
 
-No era Dios. Era un mago. Te engañó con su magia, hijo. Ahora vuelve y dile que es un mago, y que es un mentiroso.
 
Así lo hizo el príncipe y cuando retornó a la isla le dijo al hombre:
 
-Mi padre me dijo que eres un mentiroso, que eres un mago, y que todo lo que has hecho es trucos de ilusión y que...
 
Estaba tan enojado que las palabras lo asfixiaban y no podía terminar de hablar. El hombre sonrió con dulzura.
 
-Esta vez tu padre te dijo la verdad. Es cierto, soy un mago. Pero...
 
-¿Pero qué?-gritó el muchacho, ansio­so, angustiado.
 
-Pero hay algo que tu padre no te dijo.
 
-¿Qué cosa?
 
-Que también él es un mago...
 
Desconcertado, hundido bajo su perple­jidad, retornó el príncipe a su casa y le transmitió al padre el mensaje del mago.
 
-¡Dice que también tú eres un mago!
 
-Es cierto, hijo, es cierto...
 
-Entonces-exclamó con la voz teñida de llanto-, no hay islas, no hay Dios, no hay sirenas, lo he perdido todo, padre, to­do...
 
-No hijo, no lo has perdido–dijo el rey, su padre–. Estás cre­ciendo. Hasta ahora viviste en el mundo por mí construido. Ahora tendrás que ser tú mismo un mago, y de tu magia dependerá el mundo que tengas..
 
Autor: Desconocido.

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